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jueves, 19 de abril de 2012

SIGMUND FREUD: cocaína y diván

POR Howard Markel

Hace casi 130 años, la cocaína era el fármaco más nuevo y milagroso, promocionado como una cura para todo, desde la adicción a la morfina hasta la tuberculosis. Su defensor más grande era el padre del psicoanálisis


Cada vez que las grandes farmacéuticas develan su último medicamento “exitoso”, me transporto de vuelta a la época en que la medicina milagrosa más grande en el mercado era la cocaína. ¡Sí, la cocaína!
 
A principios de 1880, las casas farmacéuticas la promocionaban como una cura para todo, desde la adicción a la morfina y la depresión, hasta la dispepsia y la fatiga. Estaba disponible en tónicos, polvos, vinos y refrescos, antes de que su consumo masivo creara un grupo de adictos iracundos que requerían de atención médica.
 
Uno de los principales defensores médicos de la cocaína era un neurólogo vienés Sigmund Freud. Él comenzó a estudiar los efectos de la cocaína en 1884 y sus apuntes clínicos muestran que su sujeto experimental favorito era él mismo.
 
Al principio, Freud estaba ansioso por emplear la cocaína como un antídoto contra la adicción a la morfina de su mejor amigo, Ernst Fleischl-Marxow, quien era un brillante psicólogo que se lastimó el pulgar al diseccionar un cadáver, lo que resultó en un dolor crónico que sólo se calmaba con grandes dosis de morfina.

La adicción de sus pacientes

Sustituir un fármaco adictivo con otro era una manera común en el tratamiento de abuso de sustancias a finales del siglo XIX, lo que solo creó nuevos y mejorados adictos. Fue así como Freud transformó a su amigo completamente funcional, aunque dependiente de los opiáceos, en un confundido adicto a la cocaína y a la morfina, quien murió siete años después a los 45 años.

 
A pesar de eso, Freud continuó atrapado en su adicción. Durante los siguientes 12 años, él siguió con los elogios y el consumo de una gran cantidad de cocaína para calmar sus dolores físicos y angustias mentales.
 
De una forma perversa, Freud adoraba la manera como la cocaína le hacía hablar interminablemente sobre los recuerdos y experiencias que pensaba estaban encerrados en su cerebro y que nadie podía escuchar, y mucho menos juzgar.
 
El encuentro más inquietante con el fármaco se produjo en 1895, después de que él y un colega de nombre Wilhelm Fleiss casi matan con una operación fallida y demasiada cocaína a una paciente de nombre Emma Eckstein. Varias noches después tuvo un sueño perturbador sobre una fiesta en donde Eckstein culpa a Freud por su negligencia.
 
Eckstein es mejor conocida como Irma, el pseudónimo que le dio Freud en su obra maestra, La interpretación de los sueños. Al escribir sobre su sueño, Freud pasa por alto su evidente negligencia; en lugar de eso explicó que el sueño significaba que él era un médico generoso, que en todo caso estaba demasiado preocupado por su paciente, Irma.

El mal de Freud

Como muchos otros, Freud sufrió por el síntoma más exasperante de una adicción: el proceso sigiloso por el cual la mente de los adictos conspira para convencerlos de que nada es torcido o peligroso sobre algo que definitivamente lo es.
 
Uno de los síntomas más malignos de la adicción es la negación, la necesidad de llevar una doble vida: la alimentación de la adicción en privado mientras se lucha por no sentir la necesidad o por lo menos disimular en público durante largos periodos. Hasta que la adicción controla todo por completo, con resultados desastrosos y el engaño público ya no es posible.
 
Uno supone que sus experiencias clínicas con Eckstein, si no con Fleischl-Marxow, le enseñaron que la cocaína era demasiado peligrosa para cualquier aplicación terapéutica. En el otoño de 1896, un día después del funeral de su padre, Freud afirmó que había dejado de usar cocaína. No existe una evidencia documentada que refute este testimonio.
 
Sin embargo, los restantes días de su vida, Freud tuvo mayores dificultades para comprender completamente las peligrosas consecuencias de su abuso de sustancias. Decidida y repetidamente malinterpretó su famoso sueño de cocaína. En lugar de eso optó por elaborar un más que halagador y positivo análisis que encarna el poder de la adicción para el subterfugio.
 
El hombre que inventó el psicoanálisis, una búsqueda revolucionaria del autoconocimiento, sucumbió a la misma “gran mentira” que la mayoría de los adictos se dicen a sí mismos cada día.
 
 
 
 
 

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